domingo, 1 de marzo de 2015

El último viaje hacia el Valhalla

Pablo contemplaba el vacío desde el borde de la caída.

Observaba de manera calmada y seguro mientras sentía el calor del sol de primavera en la cara.

No tenía miedo, ni se encontraba incómodo, nervioso ni desesperado.

Simplemente sabía que su ciclo en la vida había terminado y era absurdo dar continuidad a algo que tendría que suceder de todas formas tarde o temprano, pero que sin embargo, era mejor precipitarlo por una cuestión básica de dignidad humana y calidad de vida.

Pablo era, o había sido, un macho alfa. Un guerrero, un soñador, un poeta y un trabajador eficiente y respetado. Un buen padre de familia y un buen compañero de las mujeres a las que amó.

Fué protector y dulce con los suyos, misericordioso y justo con los que necesitaron de su ayuda y duro , despiadado e incisivo con quienes intentaron joderle.

Había tenido una vida plena. Había vivido mas o menos como quería y miles de anécdotas y experiencias en la mochila del recuerdo.
Había amado intensamente, había luchado intensamente, le habían roto el corazón en varias ocasiones y había disfrutado del amor de mas doncellas de las que podía recordar.


Pero ahora era solo un tullido al que la suerte le había dado la espalda. Dolores intensos e incapacidad para poder ganarse la vida tal como lo había hecho durante su existencia. Sentirse atrapado por un trabajo que ya no le llenaba y del que no podía cumplir de manera adecuada por sus taras físicas.

Amores que se habían convertido en carceleras y un hijo que había volado del nido que nunca hubo y que apenas le llamaba, salvo cuando necesitaba algo.

Su motocicleta llevaba años sin el mantenimiento adecuado. Lo que había provocado pocos años atrás el último accidente de los cuales aún permanecía recuperándose.

La usaba por pocos kilómetros y para realizar quehaceres cotidianos, sin hacer un viaje guapo y por placer desde que ya no le alcanzaba la memoria. Desde hacía años, nunca había dinero suficiente para gasolina, para reparaciones, para recambios o para el viaje en si. Tampoco tiempo con su extenso horario de trabajo de pluriempleado.

Era un viejo guerrero convertido en anciano de una tribu que ya no respetaba a sus mayores. Era un león herido en una manada de hienas hambrientas y sedientas de sangre del caído.

Se encontraba en un nuevo Mundo con unos valores que él no aprobaba y del que se encontraba desplazado, molesto y profundamente decepcionado.
Y como tal, obraba en consecuencia. Tanto animales como viejos guerreros de antiquísimas tribus, cuando ha llegado el momento de darse un crucero en la barca de Caronte, buscan en sus bolsillos su moneda de plata, recogen alguno de sus efectos personales mas queridos y abandonan el poblado para morir dignamente en tranquila soledad. Lejos de reproches, envidias, competencias, miradas varias o juicios de valor.

Sin importar opiniones ni recuerdos que quedaron atrás, ya no importa nada. El brillo de sus ojos ha hecho de avanzadilla en el último viaje y espera con anhelo la liberación de la miseria que le pesa sobre la espalda y en las cicatrices de mil batallas luchadas.
Pablo observa el vacío con cierto alivio y siente la paz de no tener que preocuparse por luchar en desventaja en una guerra que ya no siente como suya. Que ni aprueba ni comprende.

Avanza el paso que le separa del abismo, tal como había hecho montones de veces años atrás con un paracaídas a la espalda, solo que esta vez, ningún atalaje de nylon aprieta su cuerpo. Y observa como un grupo de preciosas rubias de ojos claros con el largo pelo recogido en coletas, vestidas con armaduras de cuero y cuerpos de campeonas de fitness acuden a sujetarlo por los brazos y piernas sin herirle con las armas que portan. Le miran con simpatía y agrado, le sonríen y le acarician con picardía y obsceno deseo, mientras lo transportan en volandas.

Le dicen que hoy no tendrá que recorrer el Aqueronte en barca, porque se ha ganado el derecho de entrar con ellas en el Valhalla. Pablo sonría y se deja hacer. Ya no siente frío, ni le duele el cuerpo y no siente remordimiento ni preocupación por nada.

Pablo tal vez no se llama Pablo. Y este relato tal vez no es un cuento fantástico. Hay muchos mas Pablos de los que puede parecer a simple vista, pero el resto del Mundo no a reparado en ellos. A ellos no les importa, porque se reconocen en cada batalla y también en cada descanso. Frente a una jarra de cerveza en una taberna, o al borde de cualquier precipicio de la costa del río Aqueronte.

Doktor Jeckill. Febrero de 2015.

No hay comentarios: