miércoles, 10 de septiembre de 2008

Al final de la barra del bar.


Otra vez en mi bar de confianza me encuentro a gusto, al desaparecer los últimos rayos de sol tras los tejados de la gris ciudad .
Otra noche perdida al final de una vieja y maltrecha barra de madera sin hacer nada de provecho ni nada medianamente práctico.
Con demasiadas cervezas en el cuerpo. Con demasiado bourbon quemándome las tripas. Con demasiados recuerdos, demasiados pocos sueños y una casi total ausencia de esperanzas.
Con mi paciente máquina aguardando en la puerta, silenciosa y brillante. Sin que cuando vuelva a montarla completamente borracho, nada me reproche y me deslice a través de la noche, rompiendo el silencio de las calles mojadas, rápida y poderosamente hasta mi solitario cubil.


Bebo en silencio sentado en el taburete, sumergiéndome en el mar de notas musicales de un viejo blues que suena en el obsoleto equipo musical del garito. Con mis pensamientos inmersos en esa melodía que tan bien describe el lamento espiritual de un perdedor, que se encuentra en la barra de un bar, lamiendo las heridas de su triste vida y escuchando un blues en el viejo piano o saxo de un sórdido club de New Orleáns, entre el caracterí­stico ruido de fondo que solo consigue reproducir un buen disco de vinilo.

Aguardo con la esperanza de que esta noche, aparezca la mujer de mi vida. Aquí­ en el rincón mas oscuro y sórdido de este viejo y sucio bar.
Con la esperanza de encontrar a esa mujer especial, bella, inteligente, leal y con corazón, capaz de reactivar el encefalograma plano de mi cansada, herida y maltrecha alma.

Una vez escuché a alguien decir que había oí­do hablar de que alguien había conocido a una mujer así­. Se lo había oí­do decir a un amigo de un amigo de otra ciudad muy lejana.
Pero yo siempre me acabo enamorando de tías egoístas, manipuladoras y que en el fondo... tampoco están tan buenas.
Acaban compitiendo siempre por mi atención contra mi moto y mis amigos. Me reprochan mis uñas llenas de grasa, mis dientes amarillos y mis simpá¡ticos y sonoros pedos aromático-musicales.
Intentan por todos los medios organizar mi vida y tratan de que venda la moto, recuerde aniversarios y encuentre un trabajo "decente" para poder tener una manada de crios en un piso microscópico que tendríamos a pachas con el banco y que nos asfixiarí­a con una hipoteca que solo podríamos pagar atracando bancos o dedicándonos los dos a la prostitución de alto standing.

En otras ocasiones, una mañana me he despertado junto a una mujer a quien no conocí­a, que se me adivinaba vulgar y fea y que ni siquiera me importaba un carajo si reventaba en ese preciso momento. Se encontraba desparramada entre las arrugadas sábanas de una habitación, testigo de una noche de deseo y sexo, normalmente aderezada con mucho alcohol y drogas, de la que ya no quedaba absolutamente nada mas que envases vacíos y recuerdos confusos.
Lo único que deseo en ese momento es sacármela para mear, darme una ducha rápida y largarme sin que la aventura me cueste dinero.

Oculto en mi puesto de vigía desde el final de la barra, observo a la gente que comparte esta noche, techo en este antro. Veo a parejillas derritiéndose mutuamente con la mirada o comiéndose a besos y a solitarios como yo que alivian su soledad con el amigo Daniels. Jack Daniels.
Mientras pierden su mirada en el fondo de un vaso, de cuando en cuando, miran de reojo a los amantes con cierta envidia y evocando tiempos y compañías pasadas que entristecen su semblante, justo antes de apurar su vaso y pedir otra ronda de lo mismo.



Apenas media docena de almas, con muchos capítulos escritos en la novela de su historia, están esta noche en esta universidad de la vida, siendo capaces si se terciase, de dar a cualquiera una magistral clase, sobre lo que fue, sobre lo que pudo ser y sobre lo que realmente, ya no importa o dejará un día de importar.

A veces muevo el culo de mi reservado y salgo de este antro con la excusa de vigilar la moto, aunque en realidad, salgo a respirar algo de aire fresco, a escuchar los sonidos de la noche y a sentir la humedad de las calles en su semi-oscuridad, solo rota por algún neón o farola.
De paso siempre viene bien echar una meada y a veces incluso, una discreta vomitona, lejos de miradas de reproche y asco, o de jocosos comentarios por los cuales, en mi estado, pueden llegar a ocasionar algún tipo de reacción violenta por parte del despojo que aquí queda y que en otro tiempo fue mi cuerpo.

Según transcurre la noche en silencio, tan solo roto por el sonido del blues, el toque de campana que sigue a una propina o alguna pelea entre borrachos, miro hacia el exterior y ansí­o ser acariciado por los primeros rayos de sol. Necesito dejar de vivir así y ver el amanecer de mi propia existencia.
Saber que tras la noche, siempre se sucede una soleada mañana con el canto de un jodido gallo y el piar de esos mismos putos pájaros que se cagan con tanta frecuencia en mi moto.
Saber que tras la oscuridad, llega otro día de luz y que las lluviosas mañanas que difieren poco de la noche, se acaban al llegar el mes de mayo.
Saber que llega un momento en que lo que ahora es sombrío y oscuro, estalla en una explosión de color y perfume.
Saber que, a lo mejor, llegará una mañana en que deje de mear sangre, mi hí­gado no arda y mi conciencia pase de todo y deje de escocerme. Un renacer en el que encontrar a alguien que te importe realmente y que, lejos de aprovecharse de ello, te diga:
"Si alguna vez te vuelves a perder, mira al cielo y harás que una estrella brille para ti".

Pero hasta que ese día llegue, creo que voy a pedir otra copa desde mi rincón del final de la barra.


Doktor Jeckill.

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