miércoles, 10 de septiembre de 2008

"Silencio".

Han pasado mas de veinte años.
Desde que aún era joven y saboreaba cada inyección de adrenalina que la vida me proporcionaba.
Una vida repleta de acción y aventuras, de emociones encontradas y de conciencia olvidada.

Yo servía por aquel entonces en el ejército. En una unidad especial de legionarios paracaidístas.

Era una tarde cualquiera, de un día normal en la breve rutina que teníamos en la base militar.
Una tarde fría de invierno, en la que las sombras se apoderaban de los rincones que poco antes habían sido iluminados por la luz difusa y triste de un día sin sol.

Era la hora en la que la bandera de la guarnición, era bajada hasta la mañana siguiente, en la que la frenética actividad de miles de soldados volverían a verla ondear en lo alto del mástil.

Pero esa tarde, salvo los compañeros que se encontraban en servicios de guardia y logística, pocos eran los soldados que deambulaban por el acuartelamiento, tras detener su actividad para disfrutar de un merecido y reparador descanso.

Era el esperado momento en que el toque de corneta sonaría con el toque de “silencio”. El toque que anuncia el final de la jornada laboral en el cuartel, pero sobretodo, recuerda a todos aquellos compañeros caídos en servicio, a lo largo de la historia del ejército español.

Debido a la peculiar naturaleza de mi acuartelamiento, ya que era una base poblada en exclusiva por soldados profesionales de las fuerzas especiales y mas concretamente de la brigada paracaidísta, la visión de compañeros caídos en combate, en maniobras o incluso en el durísimo entrenamiento de instrucción, este toque de corneta significaba para cada uno de nosotros, mucho mas de lo que podría significar para un soldado convencional, de los que hacían su servicio militar obligatorio, haciendo guardia, frente a una maquina expendedora de coca-colas.

Los cornetas eran variados. Unos eran buenos tocando, otros no lo eran tanto y otros eran objetivo preferente de cualquier objeto arrojadizo que tuviésemos a mano.
Durante el toque de silencio, todo el mundo paraba lo que estuviese haciendo y saludaba en posición de firmes, mirando en dirección a la bandera que descendía lentamente, en una ceremonia sagrada para los que alguna vez fuimos legionarios españoles.

Pero lo que hizo especial a aquel día, a aquel instante de pocos minutos, a aquel toque de corneta de aquel crepúsculo en honor a los caídos, fué que el corneta era ya veterano, se licenciaba y aquel sería su último toque.

Todos los que escuchábamos aquella melodía que sonaba, supimos desde las primeras notas que algo era diferente en aquella ocasión.
Las notas musicales, eran especialmente armoniosas, largas, precisas.
Salían directamente del corazón de aquel corneta que había vivido y sufrido entre nosotros, los dos últimos años de su vida. Que había llorado, que había reído, se había emborrachado y había combatido con compañeros que ya no estaban.

El toque de corneta duró mas del doble de lo habitual, pero nadie protestó. Todos saludamos firmes con el pelo erizado por tal exhibición de sentimiento en el paraíso de la testosterona. E incluso mas de una lágrima furtiva pude ver resbalar por el rostro de algún rudo y curtido caballero legionario, en aquel momento tan intenso.

Aquel corneta se marchó. Pero dejó en aquel lugar, aquella tarde, una parte de su corazón.

A veces cuando el silencio se apodera de mi entorno, escucho dentro de mi recuerdo, aquel toque de corneta dedicado a los caídos y siento que un escalofrío recorre mi cuerpo.

A veces, cuando me paro a meditar y a recordar sobre momentos transcendentales de mi pasado, recuerdo aquel toque de corneta que me tocó el alma y me enseñó que ser un legionario español, es un título nobiliario que nos acompaña hasta la tumba, durante el resto de nuestras vidas.

Que el orgullo de haber servido en la legión, permanece intacto por mucho que la vida te hunda en el fango de su mierda del día a día, cuando la fortuna te abandona y te la manda torcida.

Dentro de poco, mi hijo será militar. Ignoro el cuerpo a donde pedirá ser destinado, aunque conociéndole como le conozco, es mas que posible que sea una tercera generación de legionarios, en una familia en la que los guerreros y caballeros, se remontan, generación tras generación, hasta al menos, los guerreros de Ghengis Khan.

Espero que cuando él esté allí, pueda sentir y vivir un toque de silencio al atardecer, como el que a mi, me cambió la vida en aquella fría tarde de invierno.

Doktor Jeckill. Septiembre de 2008.

No hay comentarios: