miércoles, 10 de septiembre de 2008

A la vuelta de todo.



Cuando estás a la vuelta de casi todo en la vida y nada te sorprende, manteniendo tu rostro impasible ante las emociones humanas.
Cual jugador de póker, ocultas tus sentimientos tras una mueca a medio camino entre el dolor y la risa.
Observas un punto concreto del infinito... o del fondo del vaso de tu whisky.
Desde el final de la barra observas el circo que representan los demás clientes de un bar a media luz.
Desde el rincón mas oscuro siempre. Para observar en silencio y en paz, sin ser observado y sin que nadie te moleste.

Raza peculiar de perdedores, con la literatura de Bukowski como biblia y la enseña rebelde de Dixie como bandera.
Oliendo a metal y cuero viejo. Consumiendo litros y litros de cerveza.

Cada noche cierras los ojos y te duermes, esperando a la dama negra que te impida despertar a la mañana siguiente... para continuar un día mas viviendo en un mundo que ya no te aporta nada.

De vez en cuando un cuerpo femenino y suave. Unas efímeras caricias de mujer en la oscuridad de un cuartucho.
Y soñar con ese momento saboreando su recuerdo los meses venideros.

Gente que discute y se preocupa... por cosas que a ti, dejaron de preocuparte hace ya tiempo.
Problemas que ya apenas lo son.

Tu prefieres oler la hierba mojada tras la tormenta, o llenar el depósito de tu moto y enfilar la carretera hacia ningún sitio.
Sin origen ni destino. Sin penas ni alegrías.
Tan solo un cúmulo de sensaciones ya conocidas, pero agradables.
El viento en tu ropa, el sol en tu cara y el infinito como punto de destino en tu viaje a ninguna parte.

No lloras porque hace años que se te secaron las lágrimas en un cubo de sal. No ríes porque tu risa se la llevó aquella mala mujer.
No te importa importarle a nadie porque a ti ya nadie te importa.

Un decrépito pianista de blues y un viejo violín interpretan la banda sonora de tu vida.
Y unos recuerdos que el tiempo borra o minimiza, representan tu único equipaje.

Rodando hacia el anochecer de un camino cualquiera, hacia el ocaso de tu existencia.
Estás y no estás. Tu cuerpo se mueve, pero ya no siente.
Tu alma siente, pero apenas lo percibes.
Un corazón que sirvieron hace años en una hamburguesería de la parte vieja de una ciudad cualquiera, una camarera de dorados cabellos y pechos firmes y siliconados.

Hacia el ocaso ruedas, esperando que las estrellas de la noche que observan silenciosas la sinuosidad del haz de luz de tu moto en una carretera solitaria, te llamen para que tu formes parte de ellas alguna noche en el firmamento. Y dejar de una vez por todas el infierno infinito de la indiferencia que representa tu vida.

Doktor Jeckill.Agosto de 2008.

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