miércoles, 10 de septiembre de 2008

CON EL “DIA TONTO”.

Tal vez sea porque estoy con el “día tonto”, o tal vez no.
Tal vez sea que ahora tengo tiempo para observar la vida desde otro prisma, o tal vez no.
Tal vez sea porque últimamente me repetía bastante en las acciones que desarrollaba habitualmente... o tal vez no.

Pero esta mañana he dado un largo paseo caminando. He visto a la gente paseando en una mañana temprana de un día festivo.
Lejos del febril ritmo de la noche madrileña, con sus coches llenos de niñatos haciendo el gilipollas. Lejos de reyertas en cualquier bar o discoteca. Lejos de luchas por el poder de una zona o negocio entre bandas mafiosas. Incluso lejos del sonido de varias motos rugiendo sobre el asfalto de la peligrosa y fría urbe conmigo mismo como co-protagonista de la escena en compañía de mis colegas, vaciando barriles de cerveza entre uno y otro antro.

Esta mañana, la misma ciudad oscura, meada, potada y peligrosa de anoche era una explosión de luz, color y gente “políticamente correcta”.
Los parques estaban llenos de padres jugando con sus hijos. Las “Marujas” tomaban plácidamente vermut en las terrazas de los bares engalanadas con sus mejores vestidos y los abuelos leían el “Marca” mientras fumaban tabaco de liar del que hace tiempo que les prohibió el médico.

Los chinos continúan abriendo sus colmados de alimentación y algunas de sus tiendas de “todo a cien” tratando de hallar su particular “Eldorado”. Los curas actúan en sus parroquias en su “función estrella” de la semana sacudiendo las conciencias y los bolsillos de sus feligreses. Y los vendedores de flores continúan esperando en las aceras que algún que otro marido o novio se acuerde de que no hace falta que sea 14 de febrero para demostrar con flores a su pareja, lo mucho que la quieren y se acuerdan de ella.

Me duele todo el cuerpo pero debo caminar para recuperar parte de la masa muscular que perdí en mi último “casting” para ser ángel o demonio. Esta vez salvé el culo por muy poquito. Se ve que no debo ser tan malo como para que el diablo me reclame, pero aún, me sigue sin querer ni Dios.

Camino como un abuelete entre achaques y dolores mientras se sueldan lentamente algunos de mis huesos, pero mi conciencia y mi corazón me duelen aún mas que el cuerpo. Tras el tiempo que llevo en el “dique seco” mi azotea se convulsiona centrifugando miles de pensamientos. Pensamientos que entre la vorágine de la sociedad laboral, se ralentizan enormemente dando paso a soluciones mas rápidas prácticas y, por que no... Egoístas.

Ahora sin embargo, me puedo permitir el lujo de pensar detenidamente. De meditar sobre mis actos y sobre mi entorno de una manera clara y pausada, sin prisas ni cansancio por no haber podido dormir o haberme cascado dieciocho horas currando.
Ahora me permito el lujo de saborear en su extensión los rayos solares y el fresco que inciden sobre mi antes impasible epidermis, aunque no de la forma que mas me gusta: A lomos de mi máquina. ...Otra vez será.

Observo a un chaval de unos 12 ó 13 años al que el efecto de un tratamiento de quimioterapia le ha dejado sin pelo, dejándole apenas unos poquísimos y cortos mechones que acentúan junto a sus marcadas ojeras moradas bajo los ojos, la constatación de una lucha del chaval contra la dama de la guadaña. Sin embargo él ríe y es feliz pateando un balón de fútbol en compañía de su padre y otro chaval que parece ser su hermano pequeño. Es entonces cuando veo quien ha ganado la batalla. Aunque la muerte venga un día a por el chaval, éste habrá saboreado cada momento de felicidad que este efímero paso por el universo, es capaz de proporcionarnos.

Poco antes me he cruzado con otro peculiar paseante. Un hombre ya mayor, de edad indeterminada porque el rostro de las personas con síndrome de Dawn son relativamente atemporales. No sé si el hecho de la falta de maldad o competitividad de las personas “normales” les hace tener esa cara juvenil y con esa especie de sonrisilla y aspecto benevolente, hasta incluso después de que las arrugas se adueñan completamente de sus rostros. Supongo que no. Supongo que tendrá que ver con la información genética o los variopintos síntomas de la enfermedad, pero joder. Se les ve una cara de paz que ya me gustaría ver a mi a muchas de las “damas” de mi pasado sentimental.

Estos días me siento frágil y desvalido. Hace mes y medio era capaz de darme de hostias con el mismísimo Mike Tyson, pero ahora sé que cualquier tropiezo, caída, golpe o movimiento en falso serían fatales para mis costillas rotas y mis vértebras inflamadas. A pesar de todo, me siento bien viendo como progreso rápidamente cada día que pasa y trato de exiliar de mi memoria la terrible humillación que suponía el hecho de que tan solo hace quince días tenían que limpiarme el culo las enfermeras de un hospital.
Ahora casi me valgo por mi mismo en las labores básicas de la vida. Ya solo me tienen que ayudar a ponerme los calcetines y el calzado. Lo demás me niego a que me lo hagan aunque me duela terriblemente porque el hecho de depender de alguien para algo tan básico, supone para mi orgullo una verdadera patada en los cojones.

Algo mas tarde observo como duerme un mendigo en una esquina al final de un largo muro. A la vista de todos, descansa plácidamente en lo que sería su hogar, si no fuese porque el techo es una multitud de estrellas tras un manto de polución que impide verlas y las paredes son decenas de pares de ojos que lo observan con un cierto desprecio y repugnancia. Recuerdo que una vez en mi pasado también experimenté una situación parecida y lo poco que me importaba entonces (Y ahora) lo que opinasen los transeúntes que me observaban a una prudencial distancia con un cierto temor e incluso asco. Con la compañía de unos cartones, una manta y una botella de licor, para combatir el frío existente en el cansado cuerpo y en la maltrecha alma, completamente al margen de los límites socialmente establecidos.

Ya he caminado demasiado y veo una librería abierta. Entro en ella a la caza de un nuevo libro con el que empaparme estos días de su interesante contenido. Es curioso que la gente cada vez lea menos. Estamos en la era de la imagen, pero por muchas películas, por muchos efectos especiales, por muchos dispositivos multimedia con los que nos obsequia esta era tecnológica, ninguno de ellos ha logrado aún enriquecer mi imaginación y mi cultura tanto como solo consigue hacerlo un buen libro.

De paso descanso algo y repongo fuerzas para continuar caminando, ya de regreso hacia la casa de mi madre. Me ha preparado un arroz de esos que solo saben preparar las madres y estoy deseando hincarle el diente, para comer como un señor a plato puesto, sin tener que cocinar antes, ni fregar después.
Así que compro finalmente un libro que me ha parecido interesante y me marcho a zampar.

Mi ex–novia me llama por teléfono y me pide explicaciones de porque he tenido el teléfono apagado. No entiende aún que necesito a veces desconectar del mundo para saborear precisamente lo que este me ofrece en sus mas sutiles manifestaciones.
Además, dejé de ser pareja de ella entre otras cosas para no tener que escuchar sus continuos interrogatorios y reproches varios. Por eso no estoy dispuesto en absoluto a hacerlo ahora.

Es curioso, pero hay muchísimas mujeres que se enamoran de un hombre por como es y cuando disfrutan de su compañía, se empeñan en cambiarlo y moldear un ser insulso del que poco tiempo después se aburrirán. No lo entiendo, pero claro: A pesar de darle mucho “al tarro”, no soy ni seré jamás, parecido a una mujer.

Seguiré sin preocuparme por mi ropa, seguiré sin usar cremas hidratantes, seguiré pringándome las zarpas de grasa con el motor de mi moto y seguiré encontrando placer en oler la lluvia sobre el césped o en el gesto casi mecánico de rascarme los huevos siempre que me piquen.
Seguiré tirándome pedos cuando estos llamen a la puerta de mi culo con la sanísima intención de ser libres y volar. Seguiré pasando de formalismos sociales y sin comprarme un monovolumen para llenarlo de locos bajitos. Seguiré rozando con las estriberas de mi moto en las curvas de una carretera de montaña. Continuaré tratando de ser independiente y hacer felices a las personas a las que quiero y trataré de seguir saboreando cada instante que la vida me ofrece de la manera mas intensa posible sin condicionarme por estúpidas e hipócritas normas sociales, morales o religiosas.
Tal vez porque tenga el “día tonto”...
O tal vez porque hoy tengo tiempo para observar la vida desde otro prisma.

Doktor Jeckill.

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