lunes, 15 de septiembre de 2008

RÉQUIEM.

Ayer estuve trabajando con una gente a los que se les acababa de morir su hija de tres años. Un padre desconsolado, una madre que se encuentra con la mirada perdida y que en sus pensamientos, se encuentra lejos, muy lejos de la realidad y una familia y amigos con montones de preguntas existenciales para las que no existen respuestas razonables.
Un simple vómito les arrebató lo que más querían y nadie pudo hacer nada para impedirlo. Ni sus propios padres, ni los servicios de emergencia, pudieron evitar que se encharcasen unos pequeños pulmones que estaban aún aprendiendo a vivir, llenos de energía e ilusiones.
Evidentemente, la niña no tenía casco ni moto donde te puedan multar si no lo llevas, pero murió. Tampoco practicaba deportes de riesgo ni fumaba, ni vivía en una zona de guerra o donde la hambruna se cobra diariamente la vida de cientos de criaturas igual que ella año tras año sin que se haga realmente nada serio para evitarlo. Pero sin embargo, murió de la manera que siempre sentimos que se muere: De una manera absurda.

Casi todos los días de mi vida guardo un ratito de mis pensamientos y mis recuerdos por todos aquellos moteros que encontraron la muerte tras una maldita curva, a través de un quitamiedos, bajo un coche o en el sucio asfalto de una manera igualmente absurda que la de esa niña.
A algunos los conocía personalmente, a otros nunca los conoceré, al menos hasta que mi moto y yo rodemos por las mismas carreteras celestiales que ellos, bebiendo cervecita gratis (Supongo que la cerveza en el Cielo será “San Miguel”) y follándonos a las mismas preciosas angelitas en cualquier garito del paraíso. Pero hasta ahora, se les echa de menos un montón. A cada uno de ellos, llenos de vida y de ilusión unos, otros con sus manías o sus bromas, otros un poquillo más quemados y vapuleados por la vida que les tocó vivir, pero todos con derecho a saber el día en que nuestra colega de la guadaña tenía que venir a recogerlos para poder elegir si ese día saldrían a rular con su moto o, por el contrario, se quedaban mejor en casa esperando a que la muerte pase de largo sin reparar en ellos.

Probablemente, cuando a mí me toque, elegiré hacer el “Gran Viaje”a lomos de mi máquina y con la melodía de mis escapes de fondo (Prefiero a Clapton, pero en mi burra no llevo radio ni nunca la llevaré). Lo que sí me gustaría es haberme despedido de mi hijo, de mi chica y de mi gente y haberles pegado el último corte de mangas a los guindillas y a mis enemigos, a los cuales les diré que si no reventé antes, fue sólo para que se jodiesen con carácter indefinido y que así seguirá siendo hasta nuevo aviso.

Recuerdo también a los que no perdieron la vida, pero sí brazos, piernas, la capacidad de caminar o de moverse con libertad o aquellos que cuando ven la película “Robocop” les entra la risa porque ellos llevan mas tornillos y placas metálicas que el personajillo de la peli. A todos ellos les cambió la vida de la manera más cruel que yo considero y a muchos de ellos les abandonaron sus parejas como a perros porque las muy putas ya no follaban con un triunfador que las mantuviese como ellas pretendían.

Me acuerdo de viudas desconsoladas y solas, de huérfanos que preguntan por su padre y que crecen sin su calor y amor, de amigos que incluso a veces reniegan de la moto porque no soportan la pérdida de su gran colega o hermano, pero también me acuerdo de los políticos que nos imponen cínicamente duras sanciones “para protegernos” y que luego son los primeros que se niegan a reparar las trampas letales para motoristas que encontramos en cualquier puta tira de asfalto de este país si para ello no existe una buena comisión de por medio o que la presión social sea tan grande que al final tengan que ceder o “parchear” alguna ñapa al respecto (Como es el caso de los quitamiedos en estos últimos años) Después, cuando te estrellas porque la carretera tiene un “bujero” de los de cazar osos, se limitan a decir que la culpa es tuya porque ibas rápido (mentira) o llevabas el casco desabrochado o quitado.

Dice un poema popular: “El día de mi muerte me gustaría estar vivo, para ver si a mi entierro, van mis amigos”.
Yo personalmente, pienso parecido, pero mis colegas saben que si yo caigo, aprovechen mis órganos para quien los necesite (Siempre que no sea mi ex mujer), que embalsamen mis atributos sexuales y se los lleven a mi chavala (Para que no me eche mucho de menos)y que si no aceptan lo que quede para el comedero de buitres del FAPAS, que abandonen mis despojos en el carril central de la Gran Vía madrileña para que el hijoputa del alcalde se moleste en pagarse una retirada de animal muerto y se rasque el bolsillo para darme un entierro que dudo mucho que sea decente.
Después sesión multitudinaria de alcohol y putas al más puro estilo motero (espero que me dejen una botellita de Jack para el viaje) y que se ocupen de mi hijo, por lo menos, como hasta ahora y que le permitan ser miembro de la banda hasta que pueda conducir una moto él solo y pueda continuar la dinastía de Bikers que espero haber comenzado (Tengo antepasados que fueron cosacos, pero pese a algunas similitudes, ellos iban en caballo y no en moto, por lo que creo que eso no cuenta).

Joder!, me he puesto mas profundo que el submarino Kursk hace unos meses. Pero la culpa es del Blues que estoy escuchando y de que me acuerdo todos los días de aquellos que nos dejaron por culpa de un imbécil a bordo de un coche, de un cabrón de politicucho tan ineficaz como sonriente ante cualquier cámara de TV. o de ambos, en algunos de los casos.
Alguno también se marchó por capullo y por creerse Alex Crivillé sin serlo, no lo voy a negar, poniendo en peligro a los demás y justificando a aseguradoras y burócratas el que nos puteen y nos sangren económicamente año tras año. A sus familias, mi pésame y a ellos, que les den mucho por culo.
Me dejo muchas cosas en el tintero, pero el tiempo apremia y la vida sigue (Y a que ritmo!), por lo que no me puedo permitir el lujo de dedicarle a los que ya no están, mas que un ratito. Eso sí, todos los días de mi vida mientras esta dure.

Me despido de los que están aún por aquí y de los que ya no pasan frío en invierno ni calor en verano, por si pueden leer esto desde donde estén. Yo ya tengo mi entrada para el infierno pagada con un pase VIP y barra libre de garrafón. Nos veremos por allá cualquier día de estos. Mientras tanto, repito lo que siempre digo al cruzar el cementerio: “Enseguida vuelvo”.


Doktor Jeckill.

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