miércoles, 10 de septiembre de 2008

FLORES EN LA CUNETA.

Ayer rodaba en mi moto y vi flores en la cuneta.
Vi un ramo de flores depositado por manos tristes que aún recordaban a un ser querido. Tal vez un motero que en ese preciso lugar, en un día indeterminado, inició el gran viaje hacia la eternidad. Dejando atrás a seres queridos, obligaciones, recuerdos, placeres, proyectos y sufrimientos.
Una persona que tal vez era encantadora y simpática, o un tipejo cabrón que incluso mereciese morir.
Yo solo sé que unas manos y un corazón que lo añoran, han ido a depositar flores sobre el lugar donde murió.



Me gustaría pensar que cuando yo deje de recibir multas y notificaciones de juzgados (o sea, que esté mas tieso que un pene de vacaciones en la mansión Play Boy), alguien recuerde que un día existí.
Que alguien recuerde que unas veces amé con todo mi corazón y que otras, tuve que envolver los pedazos de ese mismo corazón con “cinta americana”.
Que alguien recuerde que otras veces supe perdonar y disculpar a quien me ofendió y que en otras cuantas ocasiones, fui yo quien tuvo que pedir perdón y agachar la cabeza con quien antes había ofendido.

Ya puestos a pedir, me gustaría que alguna bella dama de cuerpo lleno de dulces curvas y ojos bellos y tristes, pueda llegar a llorar mi ausencia llenando sus ojos de lágrimas pensando que tampoco esa noche podré estar junto a ella exprimiendo la esencia de la vida.

Que un grupo de cabrones tatuados, tengan mi foto frente a una cantina en donde puedan emborracharse brindando con mi recuerdo.
Que cuando esos mismos tíos rudos pasen por la curva en donde un día me despedí de ellos por última vez, se paren a memorar mi recuerdo y que guarden un respetuoso y afectuoso silencio durante unos segundos al recordar al cabronazo aquel que reventó contra aquella curva y que tanto les quiso y que tantas broncas, fiestas y borracheras compartió junto a ellos.



Me gustaría que el día de mi entierro pudiese escuchar desde el infierno el rugir de los motores de las motos de aquellos bikers para los que una vez representé algo lo suficientemente auténtico, puro, noble, como para que decidan homenajearme con unos acelerones en el cementerio el día en que el enterrador me eche tierra encima .

Un apoyo moral desde la tierra en el día en que tenga que arreglar cuentas de lo que hice en el pasado con el Creador. (Y en su defecto, un poco de promoción para un “pase VIP” para el infierno).



Reflexiono sobre esas flores en la cuneta e imagino el dolor que siente alguien por la pérdida del ser amado como para desplazarse y mantener de vez en cuando unas flores en ese lugar que representa ya algo tan sagrado o maldito en su vida o en su recuerdo como para acudir de vez en cuando, interrumpiendo sus actividades o quehaceres diarios.

Recuerdo mi pasado, pienso sobre mi presente y reflexiono sobre mi futuro.
Entonces es cuando me pregunto si alguien pondría alguna vez flores en mi cuneta. Si me he portado con mi gente lo suficientemente bien como para que no se alegren el día en que me marche.
Si he hecho en este puto mundo lo que Dios, las fuerzas cósmicas o lo que coño sea, habían planeado como mi misión en esta vida o si algo de lo que hice, posee una especial relevancia como para hacerme susceptible de ser recordado por alguien de una manera especial.
Si mi hijo, mi ultima novia o la gente que leéis mis paranoias, echareis de menos al capullo del Jeckill y no sigan tan solo llegando al buzón de mi domicilio, los desagradables recuerdos de bancos, ayuntamiento y ministerio de hacienda.

Si soy lo suficientemente importante para alguien como para que un día, ese alguien también lleve flores a mi cuneta.

Doktor Jeckill, 2005.

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